El pañuelo de escribir

Si cierras los ojos, ¿cuáles son los momentos que recuerdas con más cariño? El pañuelo de escribir se ha convertido en uno de los míos.

Hace justo un mes cerré definitivamente mi academia de idiomas y escritura creativa, coronavirus lo ha puesto imposible. Me quedo con todo el amor y aprendizaje que saco de esa etapa, ahora he arrancado otra que no tengo muy claro cómo será, solo que va a estar cargada de letras.

El 13 de mayo cumplo 30 años y cuando a final de 2020 me vi en la situación de cerrar o seguir perdiendo dinero —como llevaba meses haciendo igual que otros millones de autónomos de este país— junto con un susto médico que me guardo para mí, dije que me iba a hacer un regalo de cumpleaños por adelantado.

Y en ello estoy, escribiendo.

El pañuelo de escribir

Hay días que hasta mi vena más payasa, como El día que casi arranco una puerta en Suecia, se torna tan chiquitita que no la encuentro. El miedo apaga las luces y durante unos instantes, o incluso horas, no veo nada. Solo una habitación oscura repleta de preguntas que intentan minar mi confianza, pero me agarro a cualquier señal para volver a encender esa antorcha.

Y una de esas señales bonitas ha sido el pañuelo de escribir.

Hace un par de días le puse punto y final al primer borrador de El misterio de la caja, una historia que comenzó como un relato y que este año —si nada se tuerce— verá la luz en forma de novela.

El periplo que vive la familia Manzano con mi querida Matilde a la cabeza, nos lleva acompañando desde el episodio 9 del podcast. ¡Qué poquito queda para que escuches el desenlace!

Como te digo, la novela está basada en esas peripecias que he ido compartiendo en cada episodio, pero además, tendrá más profundidad, subtramas y lo que a mí me parece más potente; la vida de María contada con su propia voz.

A mi abuela materna le fascina que le lea mis relatos o los avances de la novela que tenga entre manos. Así que después de poner ese punto a la historia de Matilde el siguiente paso era disfrutarla a su lado.

Los momentos sencillos se hacen eternos

Leí durante casi una hora. Levantaba la mirada después de un par de párrafos para ver su reacción, es como un libro abierto. El calor de la estufa, alguna que otra carcajada y sus ojos azules ilusionados eran la atmósfera que no se despegó de nuestro lado.

El nudo en la garganta al llegar al final, el brillo de las lágrimas y sus palabras de orgullo me parecieron que colmaban a ese momento de perfección. Sin embargo, mi abuela siempre tiene un as en la manga.

Los objetos que solo ocupan espacios por deshacer el vacío no me gustan, sin embargo, contar con algo tangible al que poder abrazar cuando la piel se echa de menos es algo que extraño de la estrella que lleva siendo durante años mi abuelo paterno.

En cuanto terminé la historia de Matilde, mi abuela se incorporó sigilosa. La seguí para beber agua, pero me encontré con un regalo con el que casi no puedo contener las lágrimas.

El pañuelo de escribir.

—Para que cada vez que te sientes a escribir esas historias que me encantan tanto, te acuerdes de que siempre te voy a apoyar.

Y ese trozo de tela con mis colores favoritos se ha convertido en uno de mis recuerdos más preciados.

Dicen que los escritores tendemos a introducir, al menos, un elemento característico en nuestras novelas. Supongo que entenderás por qué en mis historias nunca falta la huella de los abuelos.

Te mando un abrazo lleno de amor y luz.

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