Todo al rojo, el poder de las cartas

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Uno de los momentos que más me ha llenado esta semana ha sido la charla con mi compañero Fernando. ¡Cómo me recuerda a mi abuelo! Y no solo por el nombre.

Es un hombre de mi curso de escritura creativa y él mismo es un libro andante. Es de esas personas que consigue tenerme pendiente de cada palabra, con el que el tiempo se detiene y todo tiene un sentimiento y conocimiento sobrecogedor.

Me recomendó el libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Es una obra de no ficción bastante densa. Sin embargo, me está fascinando precisamente por su trasfondo psíquico.

Una de los mejores consejos que me pudieron dar cuando era pequeña fue «escucha atentamente a las personas, sobre todo a las que son fuente de experiencia, porque quizás es la única oportunidad que tengas de conocer ciertas cosas extraordinarias». Y eso mismo me pasa con Fernando.

Te animo a que te pares a escuchar no solo con las orejas abiertas sino con el corazón. Te prometo que es alucinante la cantidad de detalles que pasamos por alto.

El relato de la semana, Todo al rojo

Este relato tiene un tono que no suelo usar escribiendo, es más creo que es la primer vez que lo toco. Tiene un tono gracioso y sencillo, sin grandes florituras. Me lo pasé bomba imaginando la historia, espero hacerte sonreír.

todo al rojo

Todo al rojo

-Las cartas lo dicen claro, Vicenta.

-No puede ser, tiene que haber algún error. Échamelas de nuevo-dijo Vicenta al borde de perder los nervios.

Lola volvió a barajar el taco y colocó tres cartas sobre la mesa. Vicenta se tapó la boca con un pañuelo de seda y olor a Heno de Pravia mientras se encomendaba a todos Los Santos y ánimas benditas para que aquella vieja no volviera a repetir lo mismo que llevaba diciéndole durante la última hora.

-El Sol, la Torre y las Cinco Espadas. Muerte segura, Vicenta, y ya para remate el Caballo del estandarte rojo lo sentencia, será un coche y sí, rojo.

Vicenta no podía creérselo, después de 20 años acudiendo religiosamente cada jueves ahora le venía con que un coche la iba a matar. ¡Un coche! Con la de coches que hay en su calle y ya no digamos en su barrio. Y eso que solo quería saber si su Antonio volvería a casa…

Cruzó las cuatro calles que separaban su casa del local de la tarotista como si de una espía rusa se tratase. Agarró fuerte su bolso no fuera a ser que se le enganchara en el retrovisor de un coche, pegó la espalda a la pared fregando todos los cristales del barrio y se quedó como una piedra al menor atisbo de movimiento mecánico.

Después de tres horas, por fin volvió a cruzar el umbral de su ansiada casa.

-¡Ay Dios mío! ¿Qué va a ser de mí? ¡Un coche, señor, un coche! No podía ser una muerte plácida en mi cama con mis sábanas de coralina, no, tenía que ser un maldito cacharro andante. ¿Y cuándo? Porque claro, la muy bruja no me ha dicho cuándo.

Vicenta no paraba de rumiar de un lado a otro de su casa intentado poner en orden no solo los cojines del sofá sino lo que le quedaba de vida.

-Ya está, decidido. Si lo que me va a quitar de en medio es un coche me quedo en casa, a un tercero sin ascensor no llegan los coches- dijo riéndose mientras tramaba su tan astuto plan.

Tal era la paronia que le había entrado tras la profecía de Lola que desistió también de acudir a sus reuniones de chinchón a las cinco en el bajo de su vecina Virtudes. Justo esa mañana había visto en las noticias que un coche había acabado empotrado en una casa tras circular a una imperdonable velocidad. Un bajo no era un lugar seguro y no estaba para tentar a la suerte.

Pasaron los años y Vicenta hizo de su casa un bunker. Veía la vida pasar desde la ventana, se reía con cada coche rojo y sus vecinas lamentaban en corrillo lo mucho que se le había ido la cabeza a la pobre Vicenta.

-Ja, no me alcanzarás, ¿acaso tienes alas? ¡Ay! ¿Y si al final hacen coches voladores? Vicenta, cálmate venga tómate una infusión de melisa con un chorrito de anís que ya verás que a gustito te quedas- se dijo a sí misma.

Una tarde una de sus hijas fue a visitarla con su nieto Luisito, cómo le gustaba que aquel endiablado niño con pecas fuera a jugar con ella. Era el momentazo del día después de Sálvame y la Campos.

-Mamá, venga anímate y vente al parque con nosotros lo vamos a pasar genial.

-¿Qué quieres? ¿Qué me maten?

-Mamá, si solo es cruzar la calle, por favor.

-Dice cruzar la calle, esta niña ha perdido el juicio, cruzar la calle.

-En fin mamá, no pasa nada, mañana venimos otro ratito, ¿vale?

-Perfecto y ya de paso trae chocolate y peras que estén maduras, que las últimas estaban más duras que una piedra. No dejes que Juan te time otra vez que es un liante.

Al día siguiente el barrio estaba que no cabía un cotilla más, los rumores avivaban aún más la expectación, incluso un par de cámaras de la tele local se había desplazado hasta el lugar.

Un estrepitoso ruido había despertado esa misma mañana al vecindario y una lluvia de bragas y camisetas había cubierto la calle. Vicenta, que estaba de lo más folclórica al recoger sus intimidades del tenderete, pisó el coche de bomberos de su nieto Luisito teniendo una entrada estelar al otro barrio. 

Gracias por dejarme besarte con letras.

Puedes conocer otros de mis relatos aquí. También me gusta reflexionar y hablar de libros 🙂

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